Un viernes a mediodía una
ciudad como Madrid es sinónimo de prisas, sobre todo cuando ya se enfila la
segunda mitad del mes de septiembre y la rutina vuelve a tomar el pulso después
de los horarios veraniegos. Los conductores se apresuran por encauzar sus
vehículos hacia las salidas de la gran ciudad en busca del asueto del fin de
semana y los transeúntes aceleran el paso para conseguir acceder al tren o el
autobús que ejerecerá como medio de transporte a sus ciudades de residencia.
Por norma general yo
debería formar parte del escenario anteriormente descrito, pero este viernes es
distinto. Comienzan mis vacaciones y para cuando llego a la estación de trenes
de Chamartín la relajación se ha apoderado por completo de mi interior. A las
14.40 horas, puntual como un reloj, el tren que cubre el trayecto Madrid-Oviedo
inicia su marcha. Siempre me ha gustado viajar en tren aunque no lo he puesto en práctica
tan a menudo como me hubiese gustado. Limpio, rápido (siempre que
la orografía lo permite), cómodo, funcional y con el encanto añadido de
observar a través de sus grandes ventanales perspectivas panorámicas de gran
amplitud como si el avance del convoy se produjera a cámara lenta a pesar de
las altas velocidades que se alcanzan.
La parte del trayecto que
recorre la meseta castellana es fugaz, muy veloz. Y aún así no se pierde
detalle de la extensión de la misma. Es la primera vez que hago este recorrido
en tren y me deja sin respiración el paso lento y tortuoso por las montañas que
salpican el tránsito entre León y Asturias. Un trayecto sobre la cumbres
orográficas que arrojan alternancia de luces y sombras al atravesar la multitud
de túneles intercalados entre ellas; y de fondo los fantásticos montes y
profundos valles cubiertos por un tapiz verde a modo de invitación para caminar
sobre ellos.
Llego a la estación de
Oviedo poco antes de las 8 de la tarde. A pie de calle siento una brisa fresca
que me recuerda que he abandonado los calores del centro de Castilla y se
aprecia un ambiente pre-festivo como consecuencia del inicio esa misma tarde de
las Fiestas de San Mateo. En unos pocos minutos y tras algunas consultas con el
GPS del móvil y en algún bar cercano consigo atinar con la ubicación del Hostal
San Juan (26 euros por una habitación individual con baño privado).
El alojamiento está atendido por una pareja de mediana edad, muy amable, que
pronto deduce mi condición de peregrino al ver la mochila colgada a mi espalda.
La habitación y el baño
son diminutos, pero el lugar tiene un aspecto impecable en lo que a limpieza se
refiere. No necesito más, sólo pararé en ella para dormir. Me preparo para
salir pero antes tengo una animada charla en la recepción-salón del hostal con
el que parece ser el abuelo de la familia. Con tremenda dedicación se afana en
explicarme como llegar a la calle Gascona, la calle de las sidrerías y a otros
puntos de interés del centro de la ciudad.
En cuanto bajo a la calle
y me sitúo con un plano que he cogido en la recepción del hostal confirmo que su posición es privilegiada, apenas a 100 del teatro Campoamor, famoso
por la ceremonia de entrega de los Premios Príncipes de Asturias. He encontrado
referencias en internet de un bar cercano que sirve una tortilla deliciosa y
allí me encamino; no tardo más de dos minutos en llegar. Se trata del
Restaurante El Tizón,
dónde compruebo de primera mano y en compañía de una cerveza la bien merecida
fama de sus tortillas de patatas, poco cuajadas, y con el huevo en estado
semilíquido manchando el plato.
La C/ Gascona representa
el icono asturiano por excelencia, las sidrerías. A estas horas las terrazas
están repletas de gente ávida por el comienzo de las celebraciones festivas.
Hago una parada al final de la misma, justo en su cruce con la C/ Jovellanos,
dónde me fijo en una terraza separada del paso de la gente por una verja
metálica que permite la observación de los transeúntes y la algarabía del ambiente. Se trata
de una especie de terraza de verano del Asador de Aranda, desde la
que puedo contemplar con calma la atmósfera nocturna de la zona mientras degusto
una tabla de quesos y una botella de sidra natural. Para gente torpe e
inexperta en el arte del escanciado, resulta de gran utilidad el dispositivo de
plástico que colocan en la botella a tal efecto. Entre culín y culín de sidra
degusto algunos de los manjares lácteos que ofrece la tierra asturiana mientras
grupos de adolescentes deambulan por la zona bien pertrechados con sus bolsas
de plásticos repletas de todo lo necesario para dar rienda suelta al tan
popularizado botellón a lo largo y ancho de todo el territorio patrio.
La C/ del Águila permite
conectar directamente con la plaza de la catedral de Oviedo, enclave dónde
tiene lugar un concierto gratuito al aire libre del artista Melendi. Después de
perderme un rato entre la muchedumbre y comprobar el nivel festivo que se
respira no puedo reprimir mi instinto por buscar las conchas de bronce, que
partiendo desde la catedral de San Salvador, marcan el inicio del Camino
Primitivo. Las localizo, siento alivio en mi interior porque están ahí y parece
sencillo seguir su estela, así que me despreocupo del asunto, ya tendré tiempo
mañana para poder observarlas con detenimiento.
Paseo por el centro de la
ciudad observando algunos de los edificios más emblemáticos que ven realzado su
esplendor con la cuidada iluminación nocturna y concluyo mi paseo en la Plaza
de la Escandalera, dónde a juzgar por la cantidad de gente que se agolpa en
ella la fiesta parece que va a ir para largo. El día ha sido duro, he pasado
del ajetreo laboral de Madrid al ambiente festivo de Oviedo, suficiente por
hoy. Alcanzo el hostal en un suspiro, tanto o más corto, que el que necesito
para dormirme, porque mañana no comienzo a caminar y aún el nerviosismo propio
de aquel que se estrena en algo, no ha hecho acto de presencia.
Muchísimas gracias por compartir tu experiencia! Felicidades por el blog, describes todas las etapas con todo lujo de detalles. Gracias!" :)
ResponderEliminarEl día 01/07/2014 comienzo mi camino, tengo muchísimas ganas!
Un saludo,
Meritxell