lunes, 5 de noviembre de 2012

Etapa 13. O Pedrouzo - Santiago de Compostela. Viernes 28/09/2012



Suenan las alarmas a la hora previamente fijada, las 07.00 de la mañana. Por último vez toca cumplir con el rito habitual; preparación de la mochila, cuidado de los pies, desayuno para empezar a caminar… En nuestro foro interno todos sabemos que es la última vez que repetiremos la rutina que se ha convertido en parte de nuestra vida durante las dos últimas semanas.

A las 07.30, en un ambiente de oscuridad caminamos siguiendo las indicaciones que la noche anterior nos dio Maruja, la dueña de la posada, buscamos el caserío de San Antón. A los 5 minutos un rosario de luces, como si de un desfile de luciérnagas se tratase, nos pone en la pista del Camino y su señalización; son las decenas de frontales que iluminan el sendero colocados sobre las cabezas de los peregrinos.

No tengo ganas de sacar el mío de la mochila y utilizarlo por lo que tengo que seguir de cerca los pasos de mis compañeros en un tramo de camino arbolado para evitar meter el pie en algún socavón. Al abandonar el terreno con vegetación más espesa parece hacerse la luz, y es que el alba ha empezado a despuntar en el horizonte. Se transita por un par de aldeas a medida que el sol gana la batalla diaria a la oscuridad y con las piernas ya calientes se afronta un duro ascenso hasta el Alto de Barreira (360 metros).



Se bordea el aeropuerto y aprecio el ruido y la silueta de una aeronave en plena operación de despegue. La pista rodea la zona de seguridad, delimitada claramente por una valla metálica de simple torsión. Sobre ella, como recuerdo de centenares de peregrinos que precedieron mi paso, pequeñas cruces de madera cuelgan de ella. Casi todo este tramo lo paso con Mirja, a ella todavía le quedan varias jornadas más de Camino porque pretende acabar en Finisterre con un baño en el océano. Está cansada, quiere volver a casa después de tres meses caminando desde Lyon. Conversamos sobre la sociedad, sobre los valores que imperan en el mundo, sobre cómo está montado el sistema pero con el convencimiento de que se puede vivir de manera paralela, aunque nunca fuera del mismo de manera completa.

A la altura de la cafetería Casa Porta de Santiago hacemos un alto en el Camino. Es una hora perfecta para tomar un café y apurar los últimos restos de comida que viajan en nuestras mochilas: ya no es cuestión de peso, nos hemos acostumbrado a él y nos da igual, es cuestión de optimización de recursos. Paramos un rato largo, nos lo tomamos con tranquilidad, no competimos con nadie y apuramos nuestros últimos kilómetros de aventura.


Retomamos la marcha con una rampa de dureza descomunal, pero ya no nos importa. Ni siquiera jadeamos, las piernas se han endurecido, el corazón se ha ensanchado y bombea toda la sangre necesaria y los pulmones aportan el oxígeno que el esfuerzo demanda. Noto como la gente que proviene del Primitivo supera los repechos de manera más ligera, más alegre, sin que las conversaciones se entrecorten por una respiración agotada. Me doy cuenta de la dureza del Camino que hemos recorrido, ahora es cuando soy consciente de ello, hasta ahora sólo me he dedicado a disfrutar plenamente de su belleza.


Miro a mí alrededor y veo que muchos peregrinos caminan con dificultad, alguno parece arrastrarse, los problemas físicos son evidentes. He pasado algún rato malo en los últimos días con mi pie derecho y ahora me vuelve a doler. Necesito un Ibuprofeno y le doy un trago a la botella que contiene los restos de Martini con limón de la noche anterior, Natasha aún carga con ella. Lo de esta mujer es increíble; nunca practica deporte, trabaja 8 horas sentada, no se ha preparado para hacer el Camino y lo va a terminar con una mochila que pesa 15 kilos, otra mochila extra que contiene todos sus artefactos electrónicos, además de portear los restos de la bebida de anoche. Alucinante!!!

Después del paso por las instalaciones de TVE se llega a la población de San Marcos, pegada al Monte de Gozo. Desde aquí se obtiene la primera panorámica de Santiago y las fotografías junto al monumento que distingue este enclave son obligadas. Una bajada sobre asfalto desemboca en una rampa de escaleras dónde un vagabundo y su perro tratan de ganarse la vida vendiendo simpáticos imperdibles hechos por el hombre con la forma de una flecha amarilla, esa que hemos visto mil y una veces en el Camino. Laura me regala una, al final vamos a completar el Camino Primitivo juntos, de principio a fin.





Nos recibe el extrarradio de Santiago con un día formidable, soleado, cielo azul y limpio, no creo que haya mejor manera de hacer la entrada en la ciudad. Nos apoyamos en el callejero que nos brinda el mapa que conseguimos en la oficina de información turística de O Pedrouzo, esta es mejor solución que buscar conchas en el suelo y exponerse a ser atropellados por un coche. De esta manera llegamos a la Rua da Fontiñas, donde nos desviamos del Camino en busca de la estación de autobuses. Mientras Álex y Lydia se quedan con todas las mochilas Ira, Natasha, Laura, Mirja y yo nos acercamos a comprar los billetes de bus para las dos primeras, esta tarde se van a Finisterre.

Volvemos al punto en el que nos separamos del Camino para completar el último tramo; no queremos atajos, no queremos “trampas”. Se entra en el casco histórico por la Rúa das Casas Reais, subiendo hasta la Praza de Cervantes. Un tramo empedrado en descenso por la Rúa da Acibechería nos coloca en la Praza da Inmaculada, donde se ubica el monasterio de San Martín Pinario. Y finalmente se entra bajo el Arco del Palacio por un pasadizo, para acceder a la Plaza del Obradoiro, donde la aventura llega a su fin.







Mientras camino hacia el centro de la plaza observo el rostro de emoción de mis compañeros; Mirja rompe a llorar. Sigo caminando y mantengo la mirada fija en el edificio de la catedral. Llegar a Santiago como peregrino es una experiencia inigualable y no tiene parangón con otros viajes que he realizado, en los que he llegado a visitar alguna de las consideradas “maravillas del mundo” (moderno y antiguo). Me descuelgo la mochila y la dejo en el suelo dónde me siento unos minutos. Escudriño cada recoveco de la fachada de la catedral mientras mi mente escanea de forma vertiginosa y fugaz imágenes y sensaciones de las últimas dos semanas. Veo pasar por delante de mí el Primitivo y veo pasar por delante de mí algunos momentos claves de mi vida. Un abanico de emociones me embarga, de un extremo a otro. Y me imagino mi vida en un futuro, como fructífera consecuencia de la catarsis que ha tenido lugar en mi interior.





Recibo una llamada de Antonio y le indico que vamos a la Oficina del Peregrino a recoger la Compostela. Una cola nos espera y después de varias averiguaciones sabemos que el trámite nos llevará media hora. Llegan Antonio y María Jesús e intercambiamos con ellos anécdotas y experiencias de las últimas dos jornadas. Presento la credencial con orgullo en el mostrador de la planta superior de las oficinas porque los sellos copan todos los espacios en blanco, todos excepto uno. En él, un chico joven encargado de la tramitación de la Compostela, estampa el último, el de la Catedral de Santiago. La Credencial completa representa el Camino Primitivo, no queda espacio para nada más, ha sido pleno en todos los sentidos.

 



Lydia sufre un revés porque no marca la casilla de “motivos religiosos” en el formulario a la hora de solicitar la Compostela y le conceden en su lugar un certificado; quería la Compostela y la reclama al darse cuenta de la situación pero en la Oficina del Peregrino son inflexibles, no hay marcha atrás. Con este pequeño contratiempo en mente nos vamos a comer a un sitio que le han recomendado a Antonio, en la propia Praza Cervantes, Casa Manolo. Se trata de un restaurante con ambiente moderno en el centro histórico de Santiago, un menú que cuenta con doce platos a elegir de primero y otros doce de segundo y con unas raciones más que abundantes. Pido para mí caldeirada de calamares y chopitos rebozados; el postre no es el fuerte del local; un helado de cornete. Pero por 9 euros es un sitio muy recomendable para comer a mediodía.



Durante la comida se perfilan los planes para la tarde del día de hoy y para el día de mañana. Antonio nos comenta que ellos están alojados en un albergue privado a dos minutos caminando y hace una llamada para ver si hay plazas, de momento no han llegado 4 personas que habían reservado con anterioridad. Por otro lado Natasha e Ira nos invitan a Álex, Lydia y a mí a acercarnos el sábado a Finisterre, dónde tienen un apartamento para seis personas alquilado y así podremos pasar el día con ellas.

Nos acercamos personalmente a O Fogar de Teodomiro donde el dueño nos confirma que la reserva de 4 plazas no se va a cubrir, que quedan libres; es justo lo que necesitamos para Álex, Lydia, Mirja y para mí. No nos lo pensamos, pagamos 15 euros por persona y así podremos aprovechar la tarde en Santiago con el resto de compañeros. Ira y Natasha se marchan hacia la catedral mientras el resto nos duchamos. Antonio vuelve a limpiar y curar la herida de mi meñique, lo tengo inflamado y no va a dejar de darme la lata hasta que no pasen un par de días de reposo por él.

A pesar del tema del pie, cuando salimos del albergue camino de la Catedral para reunirnos con Ira y Natasha, vuelvo a cargar mi mochila; no he tenido tiempo de hacerme las fotos de rigor esta mañana junto a mis compañeros del Primitivo por la premura de tiempo, y no hay peregrino que se precie que aparezca en la Plaza del Obradoiro sin la “cruz” que ha cargado durante todo el Camino. Las dos israelitas nos abandonan a las 18.30, tienen que coger su bus para Finisterre. El grupo se empieza a disgregar, el momento que queríamos retrasar en el tiempo acaba llegando.

 




El resto entramos a visitar la Catedral con Antonio haciendo de guía. El Pórtico de la Gloria está siendo restaurado y una batería de andamios lo abraza ocultando casi totalmente la belleza de sus tallas románicas. El Botafumeiro descansa en el suelo, justo en el punto de cruce de la nave principal y del transepto, esperando volar próximamente sobre la cabeza de los peregrinos. Hacemos un recorrido por todo el edificio para acabar visitando la cripta subterránea que acoge los restos de Santiago y abrazar en un nivel superior la imagen del Santo Apóstol.

Después de devolver la mochila a la habitación del albergue nos dedicamos a pasear por el mágico centro histórico de Santiago, por sus calles estrechas y fachadas de piedra ennegrecida, consecuencia de la frecuente lluvia en la ciudad y del paso del tiempo. De repente observo una pareja que camina delante de mí. Son nuestros amigos austríacos (los que llevan 4.000 kilómetros de Camino desde su casa). Siento una gran alegría al verlos y a pesar de que no hablan inglés les transmito mis felicitaciones por haber llegado a Santiago y la satisfacción que me produce verlos en este escenario.

Laura se despide de nosotros, su autobús hacia León donde visitará a una amiga sale esta noche, no tiene tiempo para cenar con nosotros. Álex, Lydia y yo nos despedimos de ella mientras Antonio, Mirja y María Jesús la acompañan hasta la estación. El grupo sigue perdiendo efectivos. Me habría gustado ir con ellos pero el pie me está matando y necesito darle descanso. Mientras esperamos a que nuestros compañeros vuelvan de la estación para ir a cenar Álex, Lydia y yo entramos un local del que tengo buenas referencias y que es un icono en el centro de Santiago; O Gato Negro. Tenemos tiempo para tomar una cerveza y una ración de berberechos en un luagar abarrotado que llega a ser agobiante por momentos, reina el ambiente de un viernes por la noche. Y si está lleno por algo será.

Cuando nos reunimos nos vamos a poner digno colofón al día con una cena consistente en arroz con bogavante acompañado de un Albariño en un restaurante conocido por Antonio de anteriores pasos por Santiago de Compostela, Casa Elisa. El precio aproximado por comensal es de 23 euros y resulta divertido ver a la finlandesa Mirja en su debut en el arte de “cascar” el bogavante con las pinzas.


En el albergue nos despedimos de Antonio y María Jesús, mañana se levantan bastante temprano porque su autobús hacia León lo demanda; harán una última parada en el famoso Barrio Húmedo de la ciudad leonesa antes de volver a su Badajoz natal. De esta forma acaba un día intenso y que ha sido como una montaña rusa de emociones, con cierto sabor agridulce por las despedidas. Sin embargo en mi paladar queda el goloso regusto de la miel, con un fondo potente y bien marcado.



6 comentarios:

  1. Esperaba veros destrozados después de hacer el camino... pero nada más lejos.

    Enhorabuena

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  2. Bueno, alguna ampolla que nos causó quebraderos de cabeza sí que hubo. De todos modos pienso que si los problemas físicos le respetan a uno y se superan las dos o tres primeras etapas el cuerpo se "hace" al ritmo. Aún así reconozco que el Primitivo es duro, aún no lo he comparado con otros recorridos pero peregrinos con los que hablé y tenían elementos de juicio para hablar, decían que era de los más exigentes

    Gracias!!!!

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  3. Enhorabuena, yo también llevo planeando este camino hace un par de años y si nada lo impide el próximo mes de marzo lo haré también en solitario aunque espero tener tu misma suerte y encontrar un buen grupo con el que compartir este experiencia.
    Ciertamente me he leído todas tus etapas de seguido, gracias por compartir tus vivencias que me serán de utilidad sin dudas.
    Desde Málaga José

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    1. Gracias José!!!!!

      Espero que lo disfrutes tanto como yo.

      Un saludo.


      Miguel

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  4. Miguel,

    I leave for Oviedo at the end of this month. I hope to begin walking on the first of October. I am very grateful for your writing this blog. I hope the little Spanish that I speak is enough.

    God bless you,

    Christopher+

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    1. Hi Christopher!!!

      Thank you for your comment. And don´t worry about your Spanish, I´m sure it will be enough to walk along Asturias and Galicia. Enjoy as much you can!!!

      Buen Camino!!!

      Miguel

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