lunes, 5 de noviembre de 2012

Etapa 11. Ponte Ferreira - Boente. Miércoles 26/09/2012



07.00 de la mañana; todos en la habitación parecen dormir. Todos, excepto Mirja. En la oscuridad veo como se levanta, coge algunas de sus cosas, sale del dormitorio y parece escribir una nota que deja sobre su saco. Poco más tarde comenzamos a desperezarnos y a salir al comedor con cuentagotas. En efecto, Mirja ha dejado escrito que se iba a hacer un poco de footing matinal, para recorrer a pie el tramo que el día anterior hizo en la furgoneta. No quiere “regalar” ni un metro y se saca la espina de la “trampa” en la que inesperadamente incurrió el día anterior.

Antonio y María Jesús desayunan en las escaleras del albergue que dan a las habitaciones de la segunda planta. Ellos pretenden hacer más kilómetros hoy y no nos reencontraremos hasta llegar a Santiago, quedamos en llamarnos para juntarnos allí. Todo el mundo ha madrugado más que nosotros, estamos relajados porque también hemos reservado alojamiento para el final de la etapa de hoy. Desayuno bollería industrial de la máquina de vending y una bebida energética de ración doble; "o me activa o me sepulta", pienso mientras la tomo.

Comenzamos a caminar cuando el reloj marca las 08.00 y la luz del día ha ganado la batalla por completo, no queda ni un solo atisbo de la oscuridad de la noche. No llueve y es una buena noticia pero la capa de agua hay que llevarla a mano en la mochila porque parece que será de la partida en la jornada que iniciamos. El Primitivo arranca por la carretera LU-231 para luego enganchar con otra carretera local; no hemos caminado más de media hora cuando hay que echar mano de las prendas de agua porque comienza a llover con una fuerza que va aumentando con el paso de los minutos.




El Camino se interna por sendas y caminos y el encuentro con una señora que cuida y alimenta a los animales (gallinas y conejos) en su cobertizo nos entretiene. Nos cuenta cómo hizo el Camino hace algunos años desde Lugo, un Primitivo que pasa por la propia puerta de su casa, dónde pudo dormir en aquella jornada. Inmersos en esta dinámica se llega hasta As Seixas momento en el que el agua cesa. En el paisaje se observa una niebla densa que parece tomar altura alejándose del horizonte, si tenemos suerte no lloverá más. Más adelante paro a charlar con un paisano que cuida el ganado vacuno en un cobertizo, le pido información exacta del paso de una provincia a otra y entablo convesación con él, dónde me expone las quejas por el precio que les pagan por la leche. Recuerdo lo que pagaban en Asturias, aquí en Galicia los precios son aún más bajos.


En este punto el grupo se vuelve a juntar, hasta ahora venimos dispersos, salpicando el Camino con pequeños dúos o tríos que se van formando de manera espontánea según el ritmo del paso y de las conversaciones. A partir de este punto se entra en una pista de tierra en ascenso que al paso por un pequeñísimo núcleo poblado desemboca en otra senda más pedregosa que en progresiva y suave subida arroja paisajes espectaculares dónde el sol quiere romper la cortina de espesa niebla que se eleva hacia el cielo.




Al iniciar el descenso nos topamos con un bonito “bodegón” que da la bienvenida a los peregrinos; es curiosa esta costumbre consistente en organizar una especie de puesto callejero con fruta y otros alimentos en la que uno puede tomar lo que quiera dejando la voluntad. Por una pista de asfalto se asciende hasta un collado que conocido como sierra del Careón (710 metros de altitud) que constituye la divisoria entre las provincias de Lugo y A Coruña. Y desde aquí, por la vertiente opuesta y a través de una tranquila pista de asfalto y gravilla se desciende hasta un desvío que lleva al Primitivo hasta la localidad de Vilouriz.



El pie me duele por las dos ampollas que no acaban de cerrarse y siguen “vivas”, y el dolor es más acusado en las bajadas. Paso un buen rato en compañía de Mirja intercambiando impresiones entre la forma de vivir tan distinta en su país de origen, Finlandia. Si a esto se le suma una postura alejada de convencionalismos a la hora de afrontar la vida el resultado inspira en mi interior cierta envidia sana y admiración por su claridad de ideas. De esta guisa, entre charlas y conversaciones más o menos trascendentales, el dolor en mi pie derecho pasa a segundo plano y se hace más soportable.

La suave bajada por una pista a través de prados y con un sol que sigue ganando terreno a las nubes nos lleva hasta Vilamor, con Melide al fondo que aparece ante nuestros ojos y se conforma en objetivo prioritario. Álex y Lydia se ponen en cabeza y van a tratar de llegar a esta localidad para coger sitio en la pulpería en la que tenemos intención de comer en el día de hoy. Laura, Mirja y yo formamos un segundo grupo que busca cualquier excusa ofrecida por el Camino para detenerse y poder tomar fotografías. Atrás quedan Ira y Natasha que realizan un alto en el Bar Carburo. Los arrabales de Melide se dejan sentir con sus campos de cultivo, sus construcciones residenciales y una pista asfaltada con un tráfico más continuo al que nos hemos acostumbrado a lo largo de todo nuestro periplo por tierras asturianas y lucenses.



Siento como el Primitivo llega a su fin y se confirma cuando entramos en el centro de Melide y el paisaje cambia drásticamente, con peregrinos que se cuentan por docenas y que constituyen parte principal de la escena que se dibuja en esta localidad; punto en el que el Camino Primitivo se une al Camino Francés, de manera indisoluble hasta Santiago. En mi interior noto un marchitamiento del espíritu del Primitivo, en el que la soledad y el ambiente místico son sus señas de identidad. Toca adaptarse al nuevo escenario, pura teoría evolutiva, Darwin en su máxima expresión.

La entrada del Restaurante Ezequiel nos recibe con ollas humeantes en la que el pulpo adquiere el punto exacto de cocción mientras un trabajador se afana por trocearlo y servir raciones con desenfreno. Álex y Lydia han cogido mesa, pero no habría hecho falta correr tanto; estamos a finales de septiembre y los peregrinos no ofrecen tanta demanda como para completar el aforo.




Hacemos tiempo hasta que llegan Ira y Natasha que han dado vueltas por Melide al desamparo de su GPS. Los bancos corridos de madera son punto de reunión de peregrinos que con el paso de los años han convertido este lugar en una meca del "pulpo a feira". Varias raciones del preciado cefalópodo adornan nuestra mesa, además de navajas, langostinos, bacalao y por supuesto algunas botellas de ribeiro. La tarta casera de queso tiene una fama bien ganada, y así lo podemos comprobar. La comida está buena pero me quedo con el pulpo que comimos en Fonsagrada, esa localidad a la entrada de Lugo...




Dilatamos la comida cuanto podemos porque el tiempo no nos apremia al tener plaza reservada en Boente y el clima juega en nuestra contra. Un último chaparrón descarga con fuerza inusitada sobre Melide mientras compramos comida y bebida en un supermercado, para la cena de esta noche y para el desayuno de mañana. Aún chispea cuando comenzamos a caminar por las calles de la localidad y la llotras hacer un alto obligado en una farmacia y otro voluntario en una pastelería (Panadería Pastelería Chuscos, Cantón de San Roque, 1). Todos tenemos una adicción, confesable o no, y la mía pasa por la glucosa.

Encontrar el Camino es sencillo, sólo hay que ponerse a rebufo de alguna mochila que marche delante. Afortunadamente deja de llover y la provincia de A Coruña nos muestra sus encantos en forma de paisajes rurales que hacen desfilar ante nuestras atentas miradas bosques de eucaliptus (hasta ahora habíamos visto pocos), arroyos, ríos, sendas y veredas que se retuercen y coquetean con praderas y masas arbóreas… Incluso nos topamos con un punto de “avituallamiento” con donación voluntaria que ofrece el producto que en la finca aledaña se cultiva: frescas y suculentas frambuesas.



La etapa está siendo un completo “rompepiernas” con un sinfín de toboganes y escenarios mágicos que concluyen con el paso empedrado sobre el arroyo Valverde que nos brinda un paisaje de postal. El hecho de reanudar la marcha en Melide tan tarde se convierte en un hándicap a favor, somos prácticamente los últimos y podemos disfrutar del entorno sin tener que ver docenas de peregrinos en el trazado del Camino. Para nosotros la jornada concluye con la entrada en la Parroquia de Boente, después de recorrer 5,6 kilómetros desde Melide.





El Albergue de Boente tiene carácter privado pero ha perdido la magia de anteriores localizaciones dónde el ambiente que se vivía era familiar, aún así seguimos topándonos con caras conocidas que se han convertido en compañía ineludible en el Primitivo; allí está en grupo de Holandeses que llevamos viendo varios días. Después de registrarnos y pagar los 10 euros los chicos que regentan el local nos permiten refrigerar las cervezas que hemos comprado en las cámaras del bar de la planta baja.

Hemos llegado bastante tarde al albergue (sobre las 18.30) pero habíamos pedido una habitación de 6 plazas para nuestro grupo, dormiremos todos juntos, excepto Mirja que lo hace en un dormitorio común. El resto de la tarde lo pasamos haciendo algo de colada, duchándonos por turnos y tratando de reservar alojamiento para el día siguiente, en la que será la última noche que el grupo que se ha formado permanezca unido antes de su disolución.

Me acuerdo de la advertencia de Antonio un par de días atrás, “esto a partir de Melide se convierte en una romería y coger plaza en los albergues no es tarea sencilla”. Mientras facilito números de teléfono a Laura esta va llamando y recibiendo la misma respuesta de manera sistemática y machacona “para mañana está todo completo”. Finalmente tenemos suerte en uno de los albergues cuya dueña nos ofrece ocupar de manera íntegra la segunda planta de una pensión de su propiedad; no tenemos muchas más alternativas en O Pedrouzo (por no decir ninguna más) por lo que nos comprometemos con ella.

La cena es frugal y se caracteriza por una cierta apatía, seguramente por el tono de cansancio que empieza apoderarse de la gente. Además me duelen bastante las ampollas, cuando me quedo frío apenas puedo apoyar el pie correctamente y la humedad de los últimos días no ayuda a que cicatricen. Sólo quedan 45 kilómetros para Santiago, la retirada no es una opción que pase por mi cabeza. La idea de que el Primitivo llega a su fin ocupa mi mente mientras intento dormir. Intento buscar una simbología especial para ello y se me ocurren varias lecturas; por supuesto me quedo con la positiva.



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