lunes, 5 de noviembre de 2012

Etapa 09. O Cádavo Baleira - Lugo. Lunes 24/09/2012



Antes de las 06.00 se levantan los primeros y Natasha, cansada de que sus huesos reposen en el suelo toma una de las literas que han dejado libres hace un rato otros peregrinos, aunque simplemente sea para sentir el tacto mullido del colchón bajo su cuerpo por un rato. La noche ha sido ventosa siendo golpeado con fuerza el exterior del edificio y a pesar de ello la energía eléctrica se ha restablecido. La gente parece tener prisa en el día de hoy y todos quieren salir disparados, ya que por delante se presenta una jornada maratoniana de más de 30 kilómetros.

Me lo tomo con calma y después de organizar la mochila desayuno en la tranquilidad de una habitación vacía. Apuro el último sorbo de un batido de chocolate comprado la noche anterior en el bar de la pensión cercana. No parece que llueva en la calle pero la niebla baja propicia un ambiente húmedo que satura el aire; con un chubasquero fino y el cubremochilas impermeable es suficiente.

La salida del pueblo se hace por una pequeña carretera local en la que las únicas luces presentes son las de algunos “frontales” de peregrinos que quieren hacerse visibles para esos coches que nunca acaban por pasar. Al finalizar el trecho de subida Antonio y María Jesús nos adelantan. “Pensábamos que habíais salido antes que nosotros del albergue”. Antonio responde con ironía: “Así ha sido, pero como no como no hicimos turismo por el pueblo ayer nos hemos dado una vuelta en busca de las conchas que marcaban la salida”.

El Lugo rural se siente allá por dónde pasamos, pequeñas aldeas que a estas horas únicamente reflejan atisbo de vida por las gallinas que picotean el suelo dentro de sus recintos vallados y las omnipresentes huertas. Sin apenas notarlo el terreno prosigue en suave ascenso hasta alcanzar el Alto de la Vaqueriza y el camino abandona la compañía de la hasta ahora paralela carretera para entrar en un pinar que en bajada imperceptible nos devuelve al asfalto que conduce hasta Vilabade.



Una iglesia asombrosamente bella para el tamaño de la localidad cobija en su pórtico de entrada a Antonio y María Jesús que reinician la marcha mientras nosotros fotografíamos el lugar, reminiscencia de un convento franciscano que ocupó el sitio hace siglos. El Pazo de Abraira-Arana y una bonita casa rural completan la estampa de la pequeña plaza. Las piernas se mueven sin dificultad por una calzada de corte rural en un terreno descendente hasta la localidad de Castroverde que nos recibe con un coqueto edificio a la entrada, albergue de peregrinos.



Nos cruzamos con algunos peregrinos de caras conocidas que han hecho noche en esta localidad y por lo tanto tendrán hoy una jornada más corta. Es momento de encontrar algún supermercado, aprovisionarse de víveres y tomar algo sólido porque hasta Lugo no hay más aldeas o pueblos con los servicios de restauración qué podamos precisar. Cuando retomamos nuestro caminar aparecen Ira y Natasha, que se van a tomar el día con calma y a reservar hotel en Lugo porque la noche pasada no han pegado ojo en el suelo y pronostican un día largo y duro para ellas, sin opción a llegar a tiempo de coger cama libre en el albergue municipal.

El tránsito de Castroverde me fascina por pequeños detalles, que son los que más importancia adquieren cuando las rutinas cotidianas se abandonan y uno se aventura a la observación de lo que suele ser intrascendente: el olor de pan recién horneado se graba en mi mente. Una original fuente y un precioso camino boscoso, casi incrustado dentro de la población, nos llevan a las afueras de la localidad.


A través de pistas vecinales de tierra y/o asfalto el discurrir por terreno permite el regocijo de los sentidos en un escenario bucólico, silencioso y plácido, con el color verde predominando sobre todo lo demás, en prados, huertas, bosques y arroyos. Los parajes que se atraviesan están separados por la capital de provincia apenas por una docena de kilómetros y sin embargo parece no existir atisbo de ella.

Estoy disfrutando lo inimaginable con el entorno y las conversaciones con los paisanos, es necesario acomodarse a su ritmo de vida. Esa velocidad justa en la que el presente y el día de hoy son la prioridad. Me cruzo con un señor anciano que todos los días da un paseo hasta un arroyo cercano. El día es plomizo, la humedad se siente en la atmósfera, pero de momento no llueve y la temperatura es ideal para caminar, incluso en pantalón corto, como lo vengo haciendo desde que inicié mi Camino. Atrás van quedando pequeñas parroquias, fieles representantes de la vida tranquila y ajena al estrés: Souto de Torres, Vilar de Cas…




El día de hoy camino durante mucho rato en solitario, mi mente me pide la introspección en un escenario como el descrito. Y así lo hago hasta llegar a Gondar donde paro en espera de mis compañeros mientras charlo con un hombre de mediana edad que me explica los beneficios que le proporciona las aves que tiene en su corral; pavos (que ceba para comérselos en Navidad), gallinas y patos. Llegan Lydia, Álex y Laura y hacemos un alto en el camino aprovechando una máquina de café y otra de snacks que han sido dispuestas para uso de los peregrinos en un pequeño cobertizo. Los dos madrugadores peregrinos que venimos viendo desde hace dos días están preparándose el almuerzo en un pequeño banco de madera mientras intentan que un enorme y bonachón ejemplar de mastín que trata de conseguir algún rédito alimenticio de ellos se mantenga alejado.



Algo de fruta y chocolate me aportan la energía necesaria para continuar caminando, la etapa de hoy me está fascinando y quiero tener reserva calórica suficiente para que el físico no me impide disfrutar de ella con plenitud. Nos despedimos de los “peregrinos espantapájaros”, así bautizados porque por muy temprano que te levantes ellos ya están caminando, como si hubieran hecho noche en cualquier huerta plantados como esas sempiternas e impasibles figuras con apariencia humana que tratan de ahuyentar a las aves de los cultivos.

Un ascenso por carretera local en un incomparable marco natural nos conduce a una concatenación de tierra y asfalto que se van sucediendo para permitir el avance del Primitivo. Si por algo me está gustando este Camino es porque los tramos de carretera son porcentualmente insignificantes frente a los caminos, y además cuando se pisa asfalto suele ser de pistas vecinales o comarcales que apenas soportan tráfico y permiten el discurrir por esas aldeas y parroquias minúsculas con una arquitectura rural perfectamente conservada.



Llamo por teléfono para reservar alojamiento al día siguiente, nos interesa pernoctar en Ponte Ferreira por diversos motivos, en un albergue privado de reciente inauguración. Llegando a Carballido nos topamos con un paisano que sale a nuestro paso desde el bosque y me detengo para intercambiar impresiones con él sobre la recolección de setas y hongos por la zona. Parece que hace falta algo más de agua para que esta maravilla de la naturaleza inunde de color los suelos de robledales, castañares y pinares, aunque algún ejemplar he podido ver desde mi caminar. El señor dice que faltan 5 kilómetros para Lugo, pero según las cuentas del GPS y los puntos kilométricos marcados en los mojones (los que no han sido ultrajados por peregrinos ávidos de llevare un souvenir del Camino) no indican lo mismo.


En Galicia los mojones proveen información de los kilómetros que restan para llegar a Santiago, y por lo que hemos observado los últimos días, con bastante fiabilidad. Aún restan 8 kilómetros según el perfil de la etapa, los mojones y el GPS de Álex pero Laura confía en la palabra del anciano y siente Lugo más cerca de lo que realmente está. Poco a poco nos vamos acercando a la capital y las pequeñas aldeas que seguimos atravesando empiezan a carecer de ese encanto rural que hemos visto apenas hace un rato.



Una última parada en el camino tiene lugar porque empieza a chispear y es necesario tomar algunos frutos secos e hidratarse en esta larga etapa que estamos afrontando. A la entrada de Lugo el escenario, como era de esperar, cambia drásticamente. Cruzamos un puente sobre la A-6 y sobre la vía de circunvalación de la ciudad; en ese momento y con el tiempo justo para echarnos la capa de agua encima, comienza a llover. Durante quince minutos cae agua con fuerza pero cesa la intensidad del chapuzón cuando afrontamos los arrabales de Lugo, en terreno descendente hacia el valle horadado por el Miño.

Ya se divisa la ciudad sobre la loma y el característico puente del barrio de A Chanca parece darnos la bienvenida antes de afrontar el último repecho duro y empedrado ya en terreno completamente urbanita que nos deja en uno de los arcos que cruzan la bien conservada muralla de Lugo; doscientos metros más allá, en pleno casco histórico, el Albergue Municipal de Lugo nos da la bienvenida. Nos inscribimos, pagamos los 5 euros y recibimos un juego de funda de almohada y sábana bajera para nuestras literas. El edificio consta de tres plantas, moderno y con instalaciones nuevas e impolutas, me causa una grata impresión.



La ducha caliente me reconforta y da ánimos renovados para salir a comer. Paseamos por el centro de Lugo, en dirección a la Plaza del Ayuntamiento, un edificio barroco que preside la bonita plaza en la que se halla. Y desde la catedral tomamos unas callejuelas estrechas hasta la Praza del Campo, dónde a pesar de las tardías horas (son casi las 15.30) nos atienden en Restaurante Ferreiros (Rúa Nova, 1) y nos sentamos en la planta alta, en un comedor decorado al estilo tradicional. Estamos solos y elegimos mesa al lado de un ventanal que permite ver el paso de los transeúntes por las empedradas calles peatonales que ocupan el espacio preferente del centro de esta hermosa ciudad.



Menú a 9 euros, con pimientos de padrón y el pulpo a feira de segundo plato que incrementa el precio en otros dos euros. Dos botellas de vino de la casa y de postre un flan que nos avisan de antemano no es casero; es uno de los inconvenientes de estos horarios “peregrinos”, es complicado llegar al postre casero antes de que la demanda lo agote. De vuelta al albergue Laura busca una sucursal bancaria que le permita sacar efectivo sin comisión añadida, lo logra y nos encontramos con Antonio hace lo propio. Juntos volvemos al albergue pero antes me desquito en una pastelería con un par de dulces, necesito cubrir mi cuota diaria de glucosa.



Las zapatillas de Mirja en la entrada de la habitación de la primera planta nos avisan de su presencia en el albergue. Hablamos con ella y acordamos vernos todos en la planta baja del edificio a las 19.00 para dar una vuelta por Lugo. Después de una siesta reparadora nos juntamos en la puerta del albergue con Ira y Natasha y caminamos por el centro de Lugo y por los alrededores de su catedral donde accedemos en busca del sello en nuestra credencial y poder visitar el interior del edificio. Esta catedral es de las pocas en España que permite pasear alrededor del altar mayor, que queda en medio del edificio.





Nos acercamos a la muralla y a la puerta de Santiago, lugar que mañana será testigo del inicio de nuestra etapa. Ya sólo queda buscar un sitio tranquilo para picar algo en la cena y lo encontramos en Mesón O´Castelo (Rúa Nova, 23). Cada uno de los 9 integrantes del grupo pide lo que le apetece y a mí me seducen las navajas a la plancha regadas con un par de jarras de Estrella Galicia. Ira y Natasha se han hecho fans del pulpo, la primera prefiere el pimentón dulce, la segunda el picante, tal y como marca la tradicional receta gallega. A Mirja le aconsejo los mejillones al vapor y el Ribeiro.





El albergue de Lugo cierra sus puertas a las 22.00. Con el tiempo suficiente accedemos al interior donde mucha gente ya duerme en sus literas. Es síntoma inequívoco de que la etapa ha sido larga y dura. Hay otros que comienzan aquí su andadura porque la ciudad lucense, a poco más de 100 kilómetros de Santiago, está a la distancia suficiente para conseguir la Compostela.

Con la luz apagada hago un repaso mental de la jornada y ordeno los pensamientos que ha generado en mí el día de hoy. Tengo una cosa clara y la idea se afianza cada vez más en mi foro interno; necesito tranquilidad y un ambiente plácido a mí alrededor. Una vida estresada y marcada por tiempos impuestos desde fuera me apaga y me deja a las puertas de la desidia. Y no hay nada peor que vivir con desidia, porque todo te da igual.



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