lunes, 5 de noviembre de 2012

Etapa 07. Castro - Padrón. Sábado 22/09/2012



Otra noche de pleno descanso después del cansancio que las jornadas van acumulando en mi cuerpo. Aún es de noche cuando nos levantamos y es agradable abrir la puerta de la habitación y encontrar una caja con toda nuestra ropa limpia y perfectamente doblada.

Desayunamos de manera frugal en los bancos de madera que, en el exterior del albergue, a esta hora aparecen solitarios. La temperatura es agradable, no hace frío ni tampoco llueve y parece que el cielo está completamente despejado. Antes de nosotros se han puesto en marcha la pareja israelita y la de Badajoz. A las 07.50 llega el chico del albergue del que me despido por el trato dispensado y arrancamos la marcha dejando atrás las coquetas casas de piedra de Castro.


A lo largo de un par de kilómetros se recorre una vereda entre árboles que permite que nos detengamos en los claros para observar un amanecer indescriptible; con el alba despuntando sobre los montes del horizonte y una masa de bruma baja sobre el valle como si de un algodón dulce se tratara. Se deja atrás la ermita rural de San Lázaro y un camino con suelo terroso que parece añadido artificialmente nos enfila al primer tramo de carretera del día, en constante subida por la AS-28 hasta llegar a Peñafuente, localidad en que la subida se vuelve más pronunciada ya lejos del asfalto. El ritmo de marcha es aceptable a pesar de las paradas esporádicas que hacemos para observar el fondo del valle con la boina de bruma que quiere hacer de paraguas frente a los rayos de luz para todo lo que se encuentra por debajo de ella.






En Peñafuente coincidimos con el legionario y su pareja, que junto a otro grupo de peregrinos nos confirman que estuvieron de fiesta en Grandas hasta avanzada hora de la madrugada y comenzaron a caminar de noche hasta que el cansancio les venció y durmieron en el porche de entrada de la iglesia de Santa María la Magdalena, en la aldea de Peñafuente. En las fuertes pendientes que se suceden a la salida de este núcleo poblado adelantamos a otro peregrino; el señor de avanzada edad que tiene un parecido físico con el personaje John Locke, de la serie “Perdidos”, eso sí más entrado en años. Es un tipo duro, a paso lento pero seguro, devora kilómetros con pasmosa continuidad.



En firme ascenso el paisaje de verdes prados y colinas se va dilatando a medida que se gana en altitud y me inclino por poner un ritmo constante y mantenido en la subida hasta llegar al punto dónde los molinos eólicos giran. En este enclave hago un alto para contemplar la zona de Asturias que pronto dejaremos atrás mientras llega el resto de mis compañeros. Cruzada la carretera una última rampa de insultante inclinación nos sorprende pero su escasa longitud es superada sin mayor apuro, estamos por encima de los 1.000 metros de altitud.




Desde aquí se enfila una bajada suave que permite la entrada a Galicia por su provincia de Lugo, atrás dejamos Asturias que ha sido terreno de nuestras andanzas en la última semana. Un tramo de descenso algo más pronunciada nos lleva al cruce de carreteras dónde damos fe de lo que ya sabíamos, la orientación de las vieiras cambia, y ahora su parte ancha es la que indica la dirección a seguir. A la entrada del Caserío del Acebo vemos a un personaje peculiar, de melena canosa y grasienta, barba desaliñada y piel abrasada por el sol. Mientras tomamos un café y un trozo de empanada casera y sellamos la credencial averiguamos que es el chófer de un coche de apoyo para un grupo de peregrinos de Valladolid.





Con el cuerpo entonado después de la parada afrontamos un tramo en el que los desniveles se alternan de la misma forma que lo hacen los caminos de tierra y el asfalto de la AS-28. Gallinas, leñeras, huertos y otros elementos del entorno rural se van sucediendo en nuestro avance. Por un rato caminamos en grupo pero me adelanto para disfrutar de la soledad y del Camino y tener intimidad para la reflexión.





No sé si es porque los paisajes de la añorada Asturias han sido impactantes o porque esta primera etapa en suelo gallego no es la más atractiva pero comienzo a sentir nostalgia de los prados verdes, de las vacas, de esos bosques de cuento… Pienso en positivo, seguro que aún quedan muchas sorpresas por vivir antes de llegar a Santiago. Entre cávila y cávila vamos devorando aldeas, mojones de indicación en los cruces y kilómetros de Camino atravesando algunos núcleos poblados; Fonfría, Barbeitos…




Ira y Natasha, que han estado junto a nosotros por un rato hacen un alto para descansar en un área recreativa por lo que nos veremos en el albergue de Padrón. El último tramo del día permite ver Fonsagrada cada vez más cerca, sobre una colina, y mucho más próxima que en la primera visión que se tiene del pueblo desde El Acebo. El Primitivo bordea la carretera hasta entrar en una zona arbolada que va a parar a la aldea de Paradanova donde nos tomamos un respiro para hablar con una pareja de ancianos. Comentamos el Primitivo y la dureza de caminar con mochila; el anciano regala una vara de madera a Lydia que sigue renqueante de su pierna.



La ascensión final a Fonsagrada se hace dura, por la inclinación de la pista de tierra y por las ganas de llegar. Además hay que atravesar todo el pueblo para descender por la carretera hasta la pequeña localidad de Padrón, apenas formada por una docena de casas de piedra, en busca del alojamiento previsto. El Albergue Municipal de Padrón tiene a una mujer de ascendencia brasileña (sus rasgos físicos y acento portugués así lo indican) a su cargo. Parece que mucha gente ha parado en Fonsagrada a comer antes de bajar a Padrón porque sólo están inscritos en el registro Antonio y María Jesús. Pago de 5 euros y sellado de credencial son peaje obligado para ocupar una habitación de 4 plazas en dos literas por Álex, Lydia, Laura y servidor.

El edificio de dos plantas parece un viejo chalet acondicionado para que haga las veces de albergue con patio y parcela exterior donde una pila y tendedero me facilitan la colada manual. Empiezan a llegar peregrinos que no habíamos visto antes y entre ellos nuestro amigo Sandokan (apodo con el que bautizamos al chófer del coche de apoyo de grupo de Valladolid). Los que hacen el Camino de esta manera no tienen preferencia en los albergues y han de esperar a ver si quedan plazas libres una vez que los peregrinos que son completamente “autónomos” cubren sus necesidades de alojamiento. Hablo con el hombre que me dice que les van a habilitar un edificio de la Protección Civil emplazado al otro lado de la carretera.

A las 14.30 estamos preparados nosotros cuatro más Ira y Natasha en la puerta del albergue, dispuestos a “hacer dedo” en busca de algún alma caritativa que nos lleve hasta Fonsagrada para comer. Son casi 2 kilómetros hasta el centro de la localidad, y cuesta arriba. Hay suerte porque casi a las primeras de cambio un chico joven que conduce un "mini" para y con él montan Ira, Natasha y Laura. Los otros tres tendremos que conseguir otra obra de beneficiencia.

Pasan algunos vehículos más pero nadie se detiene y el flujo de tráfico (muy escaso en estos lares) empieza a decaer por la hora en la que nos movemos. Vemos aparecer al autobús de línea y le hago parar. Nos pide el precio mínimo por llevarnos a Fonsagrada, 1,35 euros. Les digo a Lydia y Álex que "nos la seguimos jugando", que tenemos que continuar con el espíritu aventurero y es un ultraje pagar ese dinero por un trayecto de tales condiciones, en medio de la nada. Y la recompensa es para los que arriesgan, un vehículo para pocos minutos después nos recoge y nos deja en el centro de Fonsagrada. Ya sólo nos queda caminar hasta el Restaurante Cantábrico.

Mientras esperamos a que nuestra mesa en el comedor de la planta superior quede libre nos tomamos una Estrella Galicia en la barra del bar, que nos sirven acompañada de una tapa de empanada. La cerveza es gallega y como no podía ser de otra forma es la más servida por aquí. Es sábado y hay mucha gente comiendo fuera. Sumergimos a Ira y Natasha en la gastronomía típica y optamos por pedir entrantes al centro para compartir y luego platos principales. Para empezar pulpo a feira (especialidad en Fonsagrada), croquetas caseras, cazuela de gambas y zamburiñas con Cantarelus y mejillones tigre. Las israelitas quedan prendadas con el pulpo, a pesar de que a Ira no le va mucho el picante.




Y de segundo siguiendo mis recomendaciones rape a la cazuela para Ira y solomillo de buey para Natasha, yo me decanto por carne de jabalí guisada, que es un plato algo más complicado de conseguir en restaurantes convencionales. Regamos todo con vino blanco de la casa, estamos en Galicia y la sidra asturiana ha quedado atrás.



Al restaurante llegan Antonio y María Jesús, rebotados de otro sitio (O Caldeira) porque les estaban haciendo esperar en demasía mientras colaban a gente del pueblo por delante de ellos. Acaban en una mesa a nuestro lado y con la calidad de la comida de este sitio pronto olvidan la tomadura de pelo que acaban de sufrir. La comida es excelente y el punto del pulpo es superior, se deshace en la boca.

Antonio de manera cómplice me hace una seña y me dice que pidamos Pastel de Fonsagrada, típico de la villa en la que estamos. Lo incluimos en un carrusel de postres que ordenamos para compartir. El postre típico del lugar, según nos cuenta el camarero que parece haberse tomado unos cuantos Ribeiros, es una bomba y se emplea después de comidas copiosas para que se hinche en el estómago y lo evacue de manera efectiva. Es una especie de bizcocho con textura parecida al turrón blando pero menos espeso y más esponjoso, con cierto toque de licor al que se acompaña con una crema pastelera a modo de cobertura. A mí que soy goloso me encandila y lo mismo pasa con el resto de tartas que nos sirven, a cada cual mejor.



Café de puchero y crema de orujo por cortesía de la casa culminan este homenaje que nos damos, merecido después de completar con éxito las 7 etapas más duras del Primitivo. El dueño del restaurante se acerca a saludarnos y a interesarse por si hemos quedado satisfechos. Pedimos la cuenta (unos 25 euros por persona) y que nos guarden algunos bollos de pan intactos han quedado en la mesa de al lado, nos servirán para la cena de hoy y quién sabe si para llevarlos en la mochila en caso de emergencia.

A la salida del restaurante nos topamos en su parada con el autobús de línea que une Fonsagrada con Lugo, en su interior vemos caras conocidas y aprovechamos para saludar. Maribel, Laura (la chica escocesa), José Luis (con su gran ampolla) y la pareja de polacos viajan a Lugo por diferentes motivos y no realizan a pie las dos etapas siguientes. Maribel nos confirma que Fran, aquel chico de Orense que parecía arrastrar problemas físicos, ha abandonado.


La copiosa ingesta lastra nuestro lento caminar en busca de la oficina de información turística de Fonsagrada dónde me consta que facilitan detalles y mapas del Primitivo en Galicia. En contra de lo que indica el horario que cuelga en su puerta nos la encontramos cerrada por lo que deshacemos nuestros pasos y volvemos hacia la iglesia de Santa María. En unos bancos de piedra descansan Antonio y María Jesús y nos sentamos un rato con ellos mientras comentamos las etapas que aún quedan por venir. Mientras el resto resuella después de la comilona sobre la bancada de piedra doy una vuelta al edificio y veo la Fons Sacrata (Fuente Sagrada) que teóricamente da nombre a la localidad y más tarde inspecciono el interior de la parroquia.


 


Buscar un supermercado se convierte en el objetivo principal para poder comprar algo de picar para la cena y víveres para el desayuno del día posterior. Varias pesquisas nos llevan a un Día abierto, es sábado por la tarde y parece que no hay muchas más opciones. El camino de vuelta al albergue acabamos completándolo a pie porque no hay suerte con el auto-stop y sumamos otro par de kilómetros a nuestras curtidas piernas.

Antonio tiene que intervenir de nuevo sobre la ampolla de mi dedo meñique, se me está haciendo callo y realiza un doble zurcido con hilo sobre ella; ya me avisa que acabará por rajarse la piel. Ciertamente me gusta el ambiente que se respira en el albergue y cada grupo de peregrinos se junta con sus afines creando animadas tertulias que oscilan entre las vivencias de la etapa y las propias de la vida.

Mientras calmamos la sed que el Pastel de Fonsagrada ha desencadenado en nuestros sistemas digestivos organizamos una tertulia sobre el patio exterior del albergue; coincidimos Álex, Lydia, Laura, Antonio, Natasha y Mirja, que también anda por allí. Acompañados por las cervezas del supermercado, una vez enfriadas en la nevera, cae la noche y seguimos enfrascados en animada charla que es escenario perfecto para picotear algo ligero y frugal. Poco a poco la gente se retira a descansar y con una preocupación añadida para la jornada que llega, el anuncio del cambio de clima y la entrada de un frente lluvioso acompañado de rachas de viento.


Me meto en el saco mientras me imagino cómo será andar con lluvia; más molesto, más duro, más incómodo, más precario, menos atractivo… Y aún así, no me preocupa porque un Primitivo sin una sola gota de agua no sería lo mismo. Estamos en el Norte de España y aquí llueve. Lo verdaderamente importante es tomar conciencia de que en nuestras vidas podemos decidir como afrontar las adversidades que no dependen de nosotros; y siempre, siempre, se puede hacer con filosofía positiva.



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