lunes, 5 de noviembre de 2012

Etapa 06. La Mesa - Castro. Viernes 21/09/2012



Ni un solo ruido en toda la noche a pesar de compartir espacio para dormir un total de 14 peregrinos. El descanso ha sido pleno y la vitalidad rezuma en mi cuerpo cuando nos levantamos a las 07.00 de la mañana. El desayuno comprado el día anterior en la tienda de la señora Amalia lo tomamos sentados en el pequeño porche del edificio, zumos y bollería industrial deberían ser suficientes hasta el próximo avituallamiento.

Hoy tenemos por delante una jornada larga pero no existe presión para llegar pronto en busca de cama libre en el albergue de Grandas de Salime ya que anoche Lydia se encargó de tramitar la reserva en el albergue juvenil de Castro, de carácter privado. En principio plaza para nosotros 4, más las dos israelitas y 1 plaza adicional para la escocesa.

Con una salida de sol espectacular que toma forma a nuestras espaldas comenzamos una subida dura por pista asfaltada hasta la loma en la que la tarde anterior se apreciaban los molinos eólicos. A estas alturas de Primitivo cualquier rampa nos parece asequible, incluso aunque haya que superarla con un arranque en frío y sin dar tiempo a las piernas a coger ritmo.


Seguimos con la tónica general y en estas carreteras de carácter local es muy extraño cruzarse con algún vehículo, y lo mismo sucede en este tramo de bajada por el que caminamos desde la crestería copada por los aerogeneradores hasta entrar en la pista de tierra que nos lleva a la aldea de Buspol. Desde este punto el manto de niebla que cubre las zonas más bajas es impresionante, otro fantástico amanecer que nos depara nuestro Camino.


Se inicia la bajada más larga y pronunciada de todo el Primitivo (casi 8 kilómetros) hacia la presa por un tramo de inclinación considerable pero sin llegar a lo que había leído sobre esta zona. El embalse se empieza a vislumbrar y aparece el objetivo final al otro lado del estrecho valle, la población de Grandas de Salime que desde aquí parece muy lejana. No hace falta mucha técnica para avanzar en este tipo de terreno aunque sí unos cuádriceps fuertes que aseguren las rodillas al flexionar los muslos. La parte inicial queda cubierta por un bosque de coníferas que da paso a una zona llana o con alguna ligera subida que las piernas agradecen por el cambio de musculatura implicada en el esfuerzo.





Parece que el camino se va alejando del embalse (que hemos podido ir viendo a lo largo de puntos clave en la bajada), pero de repente entra en un sendero cubierto por la espesura de árboles caducifolios y cuya tenebrosa belleza nos va a dejar justo en la carretera al pie de un mirador que permite la contemplación de la mole de hormigón desde una perspectiva situada aguas abajo.








Al cruzar la presa se contempla la masa de agua retenida por el muro y se tiene la sensación de flotar sobre ella. Desde aquí se ve como la carretera serpentea en continua ascensión y se pierde entre los pinares. A un kilómetro de la presa hacemos una parada en el Hotel Las Grandas que cuenta con una terraza con vistas espectaculares sobre el embalse, como si estuvieras sentado en un balcón panorámico sobre él. El servicio es lento, pero nos entretenemos con un mastín gigante que deambula por el local. Mientras nos tomamos unas tostadas y un café vemos que con andar cansino están llegando a nuestra posición Ira y Natasha.





Más atrás vemos a Maribel que también para a desayunar en este precioso enclave. Llevamos más de una hora de reposo así que es hora de continuar por lo que retomamos ascenso por el margen izquierdo de la carretera. En la cafetería hemos visto la prensa y hemos hablado con gente acerca del incendio que desde el día anterior asola parte del concejo. Somos testigos de varias maniobras de los hidroaviones en su acopio de agua del embalse como aporte para la extinción del fuego que apenas a unos kilómetros devora el monte.



Recorro gran parte de la subida en solitario porque quiero disfrutar del espectáculo que me ofrecen las aguas turquesas del embalse descansando al fondo del cañón enmarcadas por las coníferas que salpican todas las vertientes que llegan a él. El Primitivo abandona la carretera y durante el último kilómetro y medio atraviesa un bosque de hoja caduca para desembocar en la población de Grandas de Salime, donde una yegua con su potro nos dan la bienvenida.





Bien señalizado llegamos al de Museo Etnográfico de Grandas Salime a las 13.30 y compramos las entradas por 1,50 euros. El Museo tiene bastante que ver, tal y como nos comenta la persona que nos atiende en la taquilla y podemos volver luego con la misma entrada así que hacemos una incursión rápida por el patio dónde las construcciones tradicionales de hórreo, panera y pozo son representadas con total fidelidad y todo lujo de detalle. A las 14.00 el Museo cierra y lo abandonamos para ir a comer, momento en el que coincidimos con nuestras compañeras israelitas que se unen a nosotros para compartir mesa y mantel.



Necesito comprar vaselina porque el tubo que llevo en la mochila se está agotando y encuentro una farmacia justo delante del Restaurante A Reigada dónde paramos a comer. Se nos unen dos chicos de Madrid que la noche anterior compartieron albergue con nosotros en La Mesa. Por 9 euros tenemos un menú con sopa y caldo gallego de primero, conejo y escalopines al cabrales de segundo, que compartimos entre todos, y postres caseros para culminar. En mi caso pido un arroz con leche al que logran dar el punto exacto.


El sol aprieta fuerte y nos tomamos un café en la terraza del bar más próximo dónde coincidimos con Maribel y Laura, la chica escocesa. Ambas harán noche en Grandas y la británica se ha encargado de anular la reserva que tenía para el albergue de Castro. También vemos a José Luis, el tipo es duro, a pesar de su ampolla aguanta y va completando etapas. A las 16.00 accedemos de nuevo al Museo Etnográfico y completamos una visita por espacio de dos horas que representa con absoluta exactitud y fidelidad la vida en la zona hace bastantes décadas. Una casa decorada al estilo tradicional con todo tipo de objetos y útiles que no pierde detalle en su sótano, su despensa, sus alcobas… También se representan las forjas empleadas por los herreros antiguamente, la serrería, el taller de costura, una taberna de época... Y en otros edificios dentro del complejo; una antigua escuela, una barbería de tiempos pretéritos, un ultramarinos de los que antes abundaban, un molino de grano y hasta una capilla con todo el utillaje propio de un entierro.


 




El museo resulta de gran interés pero a las 18.00 tenemos que iniciar marcha porque nos quedan casi 6 kilómetros para llegar a Castro y no queremos que nos alcance la noche caminando. Recibo una llamada de Sebas; ellos ya están en Fonsagrada y al día siguiente (sábado) toman un autobús para Lugo y de allí se marchan a Madrid.

El Primitivo atraviesa Grandas bordeando la Iglesia de San Salvador para dejar la población por un camino de tierra que pronto pasa a ser asfalto en un zigzag que nos mantiene en contacto con la carretera varios tramos. Alcanzamos la antesala de Cerejeira dónde una pareja de señoras departen sentadas a la puerta de su casa; les pregunto por el tiempo, parece que pasado mañana domingo se anuncia la entrada de una borrasca en la zona. Con una columna de humo sobre el horizonte como muestra del incendio recién extinguido en el concejo llegamos a Cerejeira; Raúl nos dijo que había una pequeña tienda de ultramarinos en el que abastecerse de alimentos sin necesidad de cargar desde Grandas con ellos. En “Casa Federico” compramos víveres para la cena y el desayuno del día siguiente y hasta una botella de sidra porque solo quedan dos kilómetros para llegar a Castro, no habrá que cargar mucho con ellos. El que parece ser un cliente asiduo del local nos recomienda el Restaurante Cantábrico para comer en Fonsagrada, todo ello mientras la dueña del negocio le sirve un vino blanco.


Desde el camino que nos conduce a la localidad divisamos en lontananza la crestería de molinos de viento por la que pasamos al inicio de la jornada, parece increíble que hayamos cubierto tanta distancia a pie porque parecen lejanísimos. Una granja de aves de corral y algunas huertas a su paso por la minúscula aldea de Malneira nos introducen en los aledaños de la siguiente población donde el Albergue Juvenil de Castro se ubica en un edificio de madera y piedra de arquitectura tradicional de la zona. Nos alojamos en una habitación para cuatro personas que rezuma aroma rural a vaca y después de ducharnos y asearnos preparamos toda la ropa sucia para que nos hagan una colada (secadora incluida) por 6 euros.


En la planta baja del albergue se ubica el comedor y una pequeña barra de bar, en las paredes docenas de botellas de cerveza se agolpan en estantes de madera dejando ver claramente la inclinación del dueño por este tipo de bebida. Charlo un rato con él sobre los tipos de cerveza y la ciudad de Praga, que ambos hemos visitado y cuyas excelsas cervezas hemos podido catar.

Las etapas del Camino se pueden comparar a semanas completas de cualquier persona. Son tan intensan que tienen cabida para todo y es por la noche, en el albergue, cuando los peregrinos afines se juntan para compartir las experiencias del día de la misma manera que un grupo de amigos se reúne el fin de semana con ese mismo cometido. Aquí todo pasa muy deprisa, a velocidad de vértigo. No hay tiempos muertos. Para la cena nos juntamos Álex, Lidia, Antonio, María Jesús, Laura, Mirja y yo mismo. En la barra del bar, Ira y Natasha se toman un par de cervezas negras, esas que tanto aprecian pero que resulta complicado conseguir por aquí.


El resto entre cervezas y sidra damos cuenta de un pote gallego preparado por los dueños del albergue y lo aderezamos con una ensalada de "cosecha propia" y algo de embutido. Hemos conseguido formar un grupo que comparte sus experiencias “peregrinas” al final de cada etapa. Para mí, que acudía al Primitivo sólo, es una bendición. Con días tan largos las manecillas del reloj abarcan un espectro muy amplio de registros, desde la meditación y la introspección en la soledad propia hasta la apertura de uno mismo hacia personas dispares y desconocidas hasta hace bien poco.



Antes de retirarnos a dormir pagamos la cuenta en el albergue, para no tener que esperar al dueño a la mañana siguiente y que esto pueda retrasar nuestra puesta en marcha. Ha merecido la pena pagar 13 euros por pernoctar en este sitio, hemos vuelto a estar casi en familia, sólo hay otras 4 personas en el alojamiento aparte de las que integran nuestro grupo; la pareja de polacos que llevamos viendo hace varios días, una señora mayor que parece centroeuropea y otro señor bien entrado en años de similar procedencia.

El chico del albergue nos dice que la secadora no ha terminado aún pero que nos despreocupemos; nos dejará un cubo con la ropa limpia y seca en la puerta de la habitación antes de irse esta noche. A las 23.00 nos retiramos a descansar no sin antes sorprendernos con un encuentro fortuito: el paisano que vimos en la tienda de ultramarinos de Cerejeira y nos recomendó restaurante en Fonsagrada ha debido estar haciendo ronda de bares por toda la zona. La borrachera que lleva encima así lo indica. Y ha venido en coche; que tenga "Buen Camino" de vuelta a casa.



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