Epílogo

Recorrer el Camino es como vivir una vida de manera fugaz dónde las secuencias se reproducen a velocidad vertiginosa mientras mantenemos pulsada la tecla de avance rápido. En apenas unas semanas nosotros nacemos con el Camino, vivimos en él y morimos cuando concluye; un ciclo vital completo.

Llegué al Primitivo con una idea clara de lo que quería encontrar en él y ateniéndome a ello esbocé una serie de etapas y unos hitos a alcanzar. Luego, a la hora de la verdad, el Camino es un ser que palpita con existencia propia lo que le convierte en mutable y expuesto a una serie de complejas acciones y reacciones que acaban manifestándose en su devenir y en el resultado final.

Lo que sí que tengo claro es que constituye una metáfora perfecta de la vida y existen una serie de paralelismos que se cumplen de manera matemática. Hay cruces de sendas, carreteras y pistas en las que es fácil tomar el camino equivocado pero en ellos siempre tendremos un elemento de apoyo fundamental, que siempre será fiable, que sabrá lo que queremos, que nos conoce bien y que no nos defrauda bajo ninguna circunstancia. Allí están los mojones de piedra, con su vieira apuntando hacia la dirección correcta que debemos tomar y que en todo momento nos apoyan aunque a veces discrepen con nuestra conciencia y nosotros mismos pensemos que llevamos la razón. Son nuestros mejores amigos, esos pocos que alcanzan tal privilegio, que se hacen dignos de ello.

En otras situaciones aparecen signos de menor entidad, con menos empaque, con una fuerza disminuida pero que nos sacan de algún apuro circunstancial, que nos permiten distraer la atención porque no tienen la suficiente enjundia como para ser imprescindibles. Nos sirven para ocupar el tiempo, para lo trivial, para lo superficial, son meros detalles. En el Camino están representados por las flechas amarillas, como elementos de importancia relativa pero que no son indispensables. En la vida real son esos colegas con los que nos tomamos unas cervezas o nos echamos unas risas.

Y hay momentos en los que uno no sabe dónde ir, no conoce el lugar, no encuentra salida. No hay elementos conocidos que nos marquen la traza, sólo nos queda preguntar a ese desconocido, a ese paisano, a ese lugareño que tendrá en su cabeza sus problemas, sus preocupaciones, sus temores…. pero que siempre tiene unos segundos para atenderte, para intentar ayudarte… A veces se interesan por ti, te prestan auxilio sin que lo solicites y dan pistas de por dónde tirar. Pero en otras ocasiones hay que ser atrevido, hay que dar un paso al frente, hay que ganarse su favor, hay que entablar conversación, hay que ponerse en su lugar, hay que ser empáticos… porque cuando alguien nota empatía por su persona está más predispuesto a ayudar. En la vida están representados por esas personas que merece la pena conocer y por los que vale la pena “perder” unos minutos, aunque nuestros Caminos nunca se vuelvan a cruzar.

Todas los actores tienen importancia en la vida, todas las personas tienen importancia en el Camino; para lo bueno y para lo malo. Aparecen y las conoces, desaparecen y las reencuentras, se despiden y siempre queda algo tras ellas. Todas moldean y dan forma a esa existencia que se va forjando con el paso del tiempo y de las circunstancias. Y de todo ello hay que aprender porque todo suma. No hay sensación más frustrante para el alma que portar una “mochila” vacía a lo largo de la existencia de uno, cuanto menos llevas en ella más pesada se vuelve su carga. Hay que procurar llenarla de vivencias, de experiencias, de recuerdos, de personas, de lugares, de momentos… y cuanto más la llenemos más liviano se nos hará el portarla.

En el Camino se puede tener idea de lo que se quiere, se pueden “planificar” las etapas pero luego será el propio devenir de los acontecimientos el que marque el ritmo verdadero: esa persona que conoces, esa sobremesa que se alarga, esa lluvia que no te permite el avance, esa ampolla que precisa reposo para su cura… En la vida sucede lo mismo, no hay que vivir encorsetado. Hay que dejar que el tiempo fluya y las cosas sucedan, siendo proactivo pero sin llegar a la esquizofrenia planificadora y tampoco caer en el eterno anhelo de lo que llegará. El paso de los días, de las semanas, de los meses, de los años… no espera a nadie.

El Camino es una cosa que hay que hacer una vez en la vida, una al menos. Caminar como peregrino proporciona una perspectiva distinta, una amplitud de miras que permite que insignificantes detalles (de otra forma imperceptibles) queden al alcance de nuestros sentidos. Y de esa manera la vida se torna policromática, multicolor, llena de matices...y se acaba apreciando infinitamente más, y al final eso se traduce en querer vivirla de manera plena. ¿Por qué conformarse con menos si se puede tener todo lo anterior?

“La felicidad es un camino, no un destino” (Robert S. Sharma)